Primer Libro de Samuel

David y Abigail

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Primer Libro de Samuel > David y Abigail (9:25:1 - 9:25:44)

Samuel murió, y todo Israel se reunió para hacer lamentación por él. Y lo sepultaron en su casa, en Ramá. Entonces se levantó David y descendió al desierto de Parán.

Había en Maón un hombre que tenía sus posesiones en Carmel. El hombre era muy rico, pues tenía

ovejas y 1.000 cabras; y se hallaba esquilando sus ovejas en Carmel.

El hombre se llamaba Nabal, y su mujer se llamaba Abigaíl. Ella era una mujer muy inteligente y bella, pero el hombre era brusco y de malas acciones. El era del clan de Caleb.

David oyó en el desierto que Nabal estaba esquilando sus ovejas.

Entonces David envió a diez jóvenes, diciéndoles: —Subid a Carmel e id a Nabal. Saludadle en mi nombre

y decidle así: “¡La paz sea contigo! ¡La paz sea con tu familia! ¡La paz sea con todo lo que tienes!

He sabido que estabas esquilando. Ahora bien, tus pastores han estado con nosotros, y nunca les hicimos daño, ni les ha faltado nada durante todo el tiempo que han estado en Carmel.

Pregunta a tus criados, y ellos te lo confirmarán. Por tanto, hallen gracia ante tus ojos estos mis jóvenes, porque venimos en un día de fiesta. Por favor, da a tus siervos y a tu hijo David lo que tengas a mano.”

Cuando llegaron los jóvenes de David, dijeron a Nabal todas estas palabras en nombre de David, y se quedaron esperando.

Entonces Nabal respondió a los siervos de David, diciendo: —¿Quién es David? ¿Quién es el hijo de Isaí? Hoy hay muchos esclavos que se escapan de sus amos.

¿He de tomar yo ahora mi pan, mi agua y la carne que he preparado para mis esquiladores, para darlos a unos hombres que ni sé de dónde son?

Los jóvenes de David se volvieron por su camino y regresaron; y cuando llegaron, refirieron a David todas estas palabras.

Luego David dijo a sus hombres: —¡Cíñase cada uno su espada! Y cada uno se ciñó su espada. También David se ciñó su espada, y subieron tras David unos 400 hombres, dejando otros 200 con el equipaje.

Pero uno de los criados avisó a Abigaíl, mujer de Nabal, diciendo: —He aquí que David envió unos mensajeros desde el desierto para que saludaran a nuestro amo, y él los ha zaherido,

a pesar de que esos hombres han sido muy buenos con nosotros. Nunca nos han hecho daño, ni nos ha faltado nada mientras hemos andado con ellos cuando estábamos en el campo.

Nos han servido como muro de día y de noche, todos los días que hemos estado apacentando las ovejas entre ellos.

Ahora pues, mira y reconoce lo que has de hacer, porque el mal está decidido contra nuestro amo y contra toda su casa, pues él es un hombre de tan mal carácter que no hay quien pueda hablarle.

Entonces Abigaíl se apresuró y tomó 200 panes, 2 tinajas de vino, 5 ovejas ya preparadas, 5 medidas de grano tostado, 100 tortas de pasas y 200 panes de higos secos, y los cargó sobre unos asnos.

Luego dijo a sus criados: —Id delante de mí, y he aquí que yo voy tras vosotros. Pero nada reveló a su marido Nabal.

Y sucedió que cuando ella, montada sobre un asno, descendía por la parte opuesta de la colina, he aquí que David y sus hombres venían en dirección contraria. Y ella fue a encontrarles.

David había dicho: “Ciertamente en vano he guardado todo lo que éste tiene en el desierto, sin que nada le haya faltado de todo cuanto le pertenece. El me ha devuelto mal por bien.

¡Así haga Dios a los enemigos de David y aun les añada, si antes de la mañana dejo vivo a un solo hombre de todos los que le pertenecen!”

Cuando Abigaíl vio a David, se apresuró y bajó del asno; y cayendo delante de David sobre su rostro, se postró en tierra.

Se echó a sus pies y le dijo: —¡Señor mío, sea la culpa sobre mí! Pero permite que tu sierva hable a tus oídos, y escucha las palabras de tu sierva.

Por favor, no haga caso mi señor de este hombre de mal carácter, Nabal. Porque como su nombre, así es él: Su nombre es Nabal, y la insensatez está con él. Pero yo, tu sierva, no vi a los jóvenes de mi señor, a los cuales enviaste.

Ahora pues, señor mío, vive Jehovah y vive tu alma, que Jehovah ha impedido que llegaras a derramar sangre y a vengarte por tu propia mano. Ahora, sean como Nabal tus enemigos y los que procuran el mal contra mi señor.

Pero ahora, dese a los jóvenes que siguen a mi señor este regalo que tu sierva ha traído a mi señor.

Te ruego que perdones la ofensa de tu sierva, pues de cierto Jehovah edificará una casa firme a mi señor, porque mi señor está dirigiendo las batallas de Jehovah. Que no sea hallado mal en ti en toda tu vida.

Aunque alguien se levante para perseguirte y atentar contra tu vida, de todos modos la vida de mi señor estará incluida en la bolsa de los que viven con Jehovah tu Dios. Y él arrojará la vida de tus enemigos como de en medio del hueco de una honda.

Acontecerá que cuando Jehovah haga con mi señor conforme a todo el bien que ha hablado de ti y te haya designado como soberano de Israel,

entonces, señor mío, no será para ti motivo de remordimiento ni estorbo para la conciencia el haber derramado sangre en vano, ni el que mi señor se haya vengado por sí mismo. Y cuando Jehovah haga el bien a mi señor, acuérdate de tu sierva.

David dijo a Abigaíl: —¡Bendito sea Jehovah Dios de Israel, que te envió hoy a mi encuentro!

Bendito sea tu buen juicio, y bendita seas tú, que hoy me has impedido ir a derramar sangre y a vengarme por mi propia mano.

No obstante, vive Jehovah Dios de Israel que me ha impedido hacerte daño; pues si no te hubieras apresurado a venir a mi encuentro, antes del amanecer no le habría quedado a Nabal ni un solo hombre con vida.

David recibió de su mano lo que ella le había traído y le dijo: —Vuelve a tu casa en paz. Mira que he escuchado tu voz y que te he tratado con respeto.

Abigaíl regresó a Nabal. Y he aquí que él tenía un banquete en su casa, como el banquete de un rey, y el corazón de Nabal estaba eufórico. El estaba muy ebrio, por lo cual ella no le reveló nada del asunto hasta el día siguiente.

Pero por la mañana, cuando a Nabal se le había pasado el efecto del vino, su mujer le contó estas cosas. Entonces se le paralizó el corazón, y se quedó como una piedra.

Y sucedió, después de unos diez días, que Jehovah hirió a Nabal, y él murió.

Cuando David oyó que Nabal había muerto, dijo: —¡Bendito sea Jehovah, que juzgó la causa de mi afrenta recibida de parte de Nabal y ha preservado a su siervo del mal! ¡Jehovah mismo ha hecho caer la maldad de Nabal sobre su propia cabeza! Después David mandó hablar a Abigaíl, para tomarla por mujer suya.

Los siervos de David fueron a Abigaíl, a Carmel, y hablaron con ella diciendo: —David nos ha enviado a ti para tomarte por mujer para él.

Ella se levantó y se postró con el rostro a tierra, diciendo: —He aquí tu sierva, para que sea la sierva que lave los pies de los siervos de mi señor.

Entonces Abigaíl se apresuró y levantándose montó sobre un asno; y con las cinco criadas que le atendían, siguió a los mensajeros de David. Y vino a ser su mujer.

David también tomó como mujer a Ajinoam, de Jezreel. Ambas fueron sus mujeres,

pues Saúl había dado a su hija Mical, mujer de David, a Palti hijo de Lais, que era de Galim.

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David perdona la vida a Saúl en Zif

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Primer Libro de Samuel > David perdona la vida a Saúl en Zif (9:26:1 - 9:26:25)

Entonces los de Zif fueron a Saúl, a Gabaa, y le dijeron: —¿No está David escondido en la colina de Haquila, que mira hacia Jesimón?

Saúl se levantó y descendió al desierto de Zif, acompañado por 3.000 hombres escogidos de Israel, para buscar a David en el desierto de Zif.

Y Saúl acampó en la colina de Haquila, que mira hacia Jesimón, junto al camino. David, que permanecía en el desierto, vio que Saúl había venido al desierto tras él.

Luego David envió espías y supo con certeza que Saúl había venido.

Después David se levantó y se fue al lugar donde Saúl había acampado. Entonces David observó bien el lugar donde estaban acostados Saúl y Abner hijo de Ner, jefe de su ejército. Saúl estaba acostado en el centro del campamento, y la gente estaba acampada alrededor de él.

David preguntó a Ajimelec el heteo y a Abisai, hijo de Sarvia, hermano de Joab, diciendo: —¿Quién descenderá conmigo al campamento, a Saúl? Y Abisai dijo: —Yo descenderé contigo.

Entonces David y Abisai fueron de noche a la gente de guerra, y he aquí que Saúl estaba acostado, durmiendo en el centro del campamento, con su lanza clavada en la tierra, a su cabecera. Abner y el pueblo estaban acostados alrededor de él.

Entonces Abisai dijo a David: —¡Hoy ha entregado Dios a tu enemigo en tu mano! Ahora pues, déjame que lo hiera con la lanza. Lo clavaré en la tierra de un solo golpe, y no tendré que darle un segundo.

David respondió a Abisai: —No lo mates, porque ¿quién extenderá su mano contra el ungido de Jehovah y quedará sin culpa?

—Dijo además David—: Vive Jehovah, que Jehovah mismo lo herirá; o le llegará su día, y morirá; o irá a la guerra, y perecerá.

Pero Jehovah me libre de extender mi mano contra el ungido de Jehovah. Ahora pues, por favor, toma la lanza que está a su cabecera y la cantimplora de agua, y vámonos.

David tomó la lanza y la cantimplora de agua de la cabecera de Saúl, y ellos se fueron. No hubo nadie que viese, ni nadie que se diese cuenta, ni nadie que se despertase. Todos dormían, porque había caído sobre ellos un profundo sueño de parte de Jehovah.

David pasó al otro lado y se detuvo a lo lejos, sobre la cumbre de la colina. Había una considerable distancia entre ellos.

Y David gritó al pueblo y a Abner hijo de Ner, diciendo: —¿No respondes, Abner? Abner respondió y dijo: —¿Quién eres tú, que gritas al rey?

David preguntó a Abner: —¿No eres tú un hombre? ¿Quién hay como tú en Israel? ¿Por qué, pues, no has protegido al rey, tu señor? Porque uno del pueblo entró para destruir al rey, tu señor.

Esto que has hecho no está bien. ¡Vive Jehovah, que sois dignos de muerte, porque no habéis guardado a vuestro señor, el ungido de Jehovah! Ahora, mira dónde está la lanza del rey, y la cantimplora de agua que estaba a su cabecera.

Saúl reconoció la voz de David y preguntó: —¿No es ésa tu voz, David, hijo mío? David respondió: —¡Sí, es mi voz, oh mi señor el rey!

—Y añadió—: ¿Por qué persigue así mi señor a su siervo? ¿Qué he hecho? ¿Qué maldad hay en mi mano?

Ahora, por favor, escuche mi señor el rey las palabras de su siervo. Si Jehovah te ha incitado contra mí, que él acepte una ofrenda. Pero si han sido hombres, sean ellos malditos delante de Jehovah, porque hoy me han expulsado para que yo no tenga parte en la heredad de Jehovah, diciendo: “¡Vé y sirve a otros dioses!”

Ahora pues, no caiga mi sangre en tierra lejos de la presencia de Jehovah, porque el rey de Israel ha salido para buscar una pulga, como quien persigue una perdiz por los montes.

Entonces Saúl dijo: —He pecado. Vuelve, David, hijo mío, porque ningún mal te haré en adelante, pues hoy mi vida ha sido estimada preciosa ante tus ojos. He aquí que he actuado neciamente y he cometido un grave error.

David respondió y dijo: —He aquí la lanza del rey. Pase aquí alguno de los jóvenes y tómela.

Jehovah pague a cada uno según su justicia y su lealtad, porque Jehovah te entregó hoy en mi mano, pero yo no quise extender mi mano contra el ungido de Jehovah.

Y he aquí, como tu vida ha sido valiosa ante mis ojos en este día, así sea valiosa mi vida ante los ojos de Jehovah, y él me libre de toda aflicción.

Saúl dijo a David: —¡Bendito seas, David, hijo mío! Sin duda, tú harás grandes cosas y ciertamente triunfarás. Después David continuó su camino, y Saúl regresó a su lugar.

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David entre los filisteos

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Primer Libro de Samuel > David entre los filisteos (9:27:1 - 9:28:2)

David dijo en su corazón: “Ahora bien, algún día voy a perecer por la mano de Saúl. Nada será mejor para mí que escapar de inmediato a la tierra de los filisteos, para que Saúl deje de ocuparse de mí y no me ande buscando por todo el territorio de Israel. Así escaparé de su mano.”

Se levantó pues David y se pasó, con los 600 hombres que estaban con él, a Aquis hijo de Maoc, rey de Gat.

David habitó con Aquis en Gat, él y sus hombres, cada uno con su familia, y David con sus dos mujeres: Ajinoam, de Jezreel, y Abigaíl, que fuera mujer de Nabal, de Carmel.

A Saúl le llegó la noticia de que David había huido a Gat, y no lo buscó más.

Entonces David dijo a Aquis: —Si he hallado ahora gracia ante tus ojos, por favor, que se me dé un lugar en alguna de las ciudades en el campo, para que habite allí. ¿Por qué ha de habitar tu siervo contigo en la ciudad real?

Aquel día Aquis le dio la ciudad de Siclag. Por esto Siclag pertenece a los reyes de Judá, hasta el día de hoy.

Y el tiempo que David habitó en la tierra de los filisteos fue de un año y cuatro meses.

David subía con sus hombres, y hacían incursiones contra los de Gesur, los de Gezer y los de Amalec; pues desde antaño éstos habitaban en aquella tierra, desde las inmediaciones de Shur hasta la tierra de Egipto.

David atacaba la tierra y no dejaba vivo hombre ni mujer. Se llevaba las ovejas, las vacas, los asnos, los camellos y la ropa; y después regresaba e iba a Aquis.

Cuando Aquis preguntaba: “¿Contra quién habéis hecho hoy la incursión?,” David respondía: “Contra el Néguev de Judá,” o “Contra el Néguev de Jerameel,” o “Contra el Néguev de los queneos.”

David no dejaba que llevaran a Gat con vida ni hombres ni mujeres, porque decía: “No sea que informen acerca de nosotros diciendo: Esto hizo David.” Así fue su manera de proceder todo el tiempo que vivió en la tierra de los filisteos.

Aquis creía a David y pensaba: “El ha llegado a hacerse odioso a su pueblo Israel, de modo que será mi siervo para siempre.”

Aconteció que en aquellos días los filisteos reunieron sus tropas en un ejército para combatir contra Israel. Entonces Aquis dijo a David: —Bien sabes que debes ir conmigo a la campaña tú con tus hombres.

David respondió a Aquis: —Sabrás, pues, lo que puede hacer tu servidor. Y Aquis dijo a David: —Entonces te haré mi guarda personal para siempre.

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Saúl y la adivina de Endor

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Primer Libro de Samuel > Saúl y la adivina de Endor (9:28:3 - 9:28:25)

Samuel ya había muerto, y todo Israel había lamentado su partida. Lo habían sepultado en su ciudad, en Ramá. Y Saúl había quitado del país a los que evocaban a los muertos y a los adivinos.

Los filisteos se reunieron, vinieron y acamparon en Sunem. Saúl reunió a todo Israel, y ellos acamparon en Gilboa.

Al ver Saúl el campamento de los filisteos, se atemorizó, y su corazón se estremeció en gran manera.

Entonces Saúl consultó a Jehovah, pero Jehovah no le respondió ni por sueños, ni por Urim, ni por los profetas.

Entonces Saúl dijo a sus servidores: —Buscadme una mujer que sepa evocar a los muertos, para que yo vaya a ella y consulte por medio de ella. Sus servidores le respondieron: —He aquí que en Endor hay una mujer que sabe evocar a los muertos.

Saúl se disfrazó poniéndose otra ropa, y fue con dos hombres. Llegaron de noche a la mujer, y él dijo: —Por favor, evócame a los muertos y haz que suba quien yo te diga.

Pero la mujer le respondió: —He aquí, tú sabes lo que ha hecho Saúl; cómo ha quitado del país a los que evocan a los muertos y a los adivinos. ¿Por qué, pues, pones una trampa a mi vida para causarme la muerte?

Saúl le juró por Jehovah, diciendo: —¡Vive Jehovah, que ningún mal te vendrá por esto!

Entonces la mujer preguntó: —¿A quién haré que suba? El respondió: —Haz que suba Samuel.

Al ver la mujer a Samuel, gritó fuertemente. Y la mujer habló a Saúl diciendo:

—¿Por qué me has engañado? ¡Tú eres Saúl! El rey le dijo: —No tengas miedo. ¿Qué has visto? La mujer respondió a Saúl: —He visto un ser divino que sube de la tierra.

Entonces él le preguntó: —¿Qué aspecto tiene? Ella respondió: —Sube un hombre anciano, envuelto en un manto. Saúl entendió que era Samuel, e inclinando el rostro a tierra se postró.

Entonces Samuel preguntó a Saúl: —¿Por qué me has molestado haciéndome subir? Saúl respondió: —Estoy muy angustiado, pues los filisteos combaten contra mí, y Dios se ha apartado de mí. No me responde más, ni por medio de profetas, ni por sueños. Por esto te he llamado, para que me declares lo que tengo que hacer.

Entonces Samuel dijo: —¿Para qué me preguntas a mí, puesto que Jehovah se ha apartado de ti y se ha vuelto tu adversario?

Jehovah ha hecho lo que dijo por medio de mí, pues Jehovah ha quitado el reino de tu mano y lo ha dado a tu prójimo, a David;

porque no obedeciste la voz de Jehovah ni ejecutaste el ardor de su ira contra Amalec. Por eso Jehovah te ha hecho esto hoy.

Además, Jehovah entregará a Israel y también a ti en mano de los filisteos. Mañana estaréis conmigo, tú y tus hijos. Jehovah entregará también el ejército de Israel en mano de los filisteos.

Entonces Saúl cayó en tierra, tan largo como era, y tuvo gran temor por las palabras de Samuel. No le quedaban fuerzas, pues no había comido nada en todo el día ni en toda la noche.

Luego la mujer vino a Saúl; y al verle tan aterrorizado, le dijo: —He aquí que tu sierva ha obedecido tu voz. He arriesgado mi vida y he escuchado las palabras que me has hablado.

Ahora pues, te ruego que tú también escuches la voz de tu sierva: Permíteme poner delante de ti un pedazo de pan, a fin de que comas y recuperes fuerzas para seguir tu camino.

El rehusó diciendo: —No comeré. Pero sus servidores, junto con la mujer, le insistieron; y él les escuchó. Luego se levantó del suelo y se sentó sobre la cama.

La mujer tenía en la casa un ternero engordado, y se apresuró a matarlo. Luego tomó harina, la amasó y coció con ella panes sin levadura.

Los puso delante de Saúl y de sus servidores. Después que comieron, se levantaron y partieron aquella misma noche.

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Los filisteos desconfían de David

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Primer Libro de Samuel > Los filisteos desconfían de David (9:29:1 - 9:29:11)

Los filisteos reunieron todas sus tropas en Afec, e Israel acampó junto al manantial que está en Jezreel.

Cuando los gobernantes de los filisteos pasaron revista a sus batallones de cien y de mil hombres, se halló que David y sus hombres iban en la retaguardia, con Aquis.

Entonces los jefes de los filisteos preguntaron: —¿Qué hacen aquí estos hebreos? Aquis respondió a los jefes de los filisteos: —¿No es éste David, siervo de Saúl rey de Israel, que ha estado conmigo por días y por años, y en quien no he hallado nada malo desde el día en que se pasó a mí, hasta el día de hoy?

Pero los jefes de los filisteos se enojaron contra él y le dijeron: —Haz volver a ese hombre. Que se vuelva al lugar que le señalaste y que no venga con nosotros a la batalla, no sea que en la batalla se vuelva nuestro enemigo. Porque, ¿con qué cosa ganaría mejor el favor de su señor que con las cabezas de estos hombres?

¿No es éste David, de quien cantaban con danzas diciendo: “Saúl derrotó a sus miles, y David a sus diez miles”?

Entonces Aquis llamó a David y le dijo: —¡Vive Jehovah, que tú has sido recto! Me ha parecido bien tu salir y tu entrar en el ejército conmigo, pues ninguna cosa mala he hallado en ti desde el día que viniste a mí, hasta el día de hoy. Pero a los ojos de los gobernantes tú no eres grato.

Ahora pues, vuelve y vete en paz, para no desagradar a los gobernantes de los filisteos.

David preguntó a Aquis: —Pero, ¿qué he hecho? ¿Qué has hallado en tu siervo, desde el día que vine a estar contigo hasta el día de hoy, para que yo no vaya y luche contra los enemigos de mi señor el rey?

Aquis respondió y dijo a David: —Yo sé que tú eres grato a mis ojos, como un ángel de Dios. Pero los jefes de los filisteos han dicho: “Que él no vaya a la batalla con nosotros.”

Levántate, pues, muy de mañana, tú y los siervos de tu señor que han venido contigo. Y levantándoos muy de mañana, partid al amanecer.

Entonces David y sus hombres se levantaron muy de mañana para irse y regresar a la tierra de los filisteos, y los filisteos subieron a Jezreel.

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