Hechos

Pablo relata su conversión

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Pablo relata su conversión (44:26:12 - 44:26:18)

En esto estaba ocupado cuando iba a Damasco con autorización y comisión de los principales sacerdotes.

En el camino a mediodía, oh rey, vi que desde el cielo una luz, más resplandeciente que el sol, alumbró alrededor de mí y de los que viajaban conmigo.

Habiendo caído todos nosotros a tierra, oí una voz que me decía en lengua hebrea: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¡Dura cosa te es dar coces contra el aguijón!”

Entonces yo dije: “¿Quién eres, Señor?” Y el Señor dijo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues.

Pero levántate y ponte sobre tus pies, porque te he aparecido para esto: para constituirte en ministro y testigo de las cosas que has visto de mí y de aquellas en que apareceré a ti.

Yo te libraré del pueblo y de los gentiles, a los cuales ahora yo te envío

para abrir sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios, para que reciban perdón de pecados y una herencia entre los santificados por la fe en mí.”

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Pablo obedece a la visión

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Pablo obedece a la visión (44:26:19 - 44:26:23)

Por lo cual, oh rey Agripa, no fui desobediente a la visión celestial.

Más bien, primeramente a los que estaban en Damasco, y en Jerusalén y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, les he proclamado que se arrepientan y se conviertan a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento.

A causa de esto, los judíos me prendieron en el templo e intentaron matarme.

Pero habiendo obtenido auxilio de Dios, me he mantenido firme hasta el día de hoy, dando testimonio a pequeños y a grandes, sin decir nada ajeno a las cosas que los profetas y Moisés dijeron que habían de suceder:

que el Cristo había de padecer, y que por ser el primero de la resurrección de los muertos, había de anunciar luz al pueblo y a los gentiles.

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Pablo insta a Agripa a que crea

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Pablo insta a Agripa a que crea (44:26:24 - 44:26:32)

Mientras él decía estas cosas en su defensa, Festo le dijo a gran voz: —¡Estás loco, Pablo! ¡Las muchas letras te vuelven loco!

Pero Pablo dijo: —No estoy loco, oh excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de cordura.

Pues el rey, delante de quien también hablo confiadamente, entiende de estas cosas. Porque estoy convencido de que nada de esto le es oculto, pues esto no ha ocurrido en algún rincón.

¿Crees, oh rey Agripa, a los profetas? ¡Yo sé que crees!

Entonces Agripa dijo a Pablo: —¡Por poco me persuades a ser cristiano!

Y Pablo dijo: —¡Quisiera Dios que, por poco o por mucho, no solamente tú sino también todos los que hoy me escuchan fueseis hechos como yo, salvo estas cadenas!

Entonces se levantaron el rey, el procurador, Berenice y los que se habían sentado con ellos.

Y después de retirarse aparte, hablaban los unos con los otros diciendo: —Este hombre no hace ninguna cosa digna de muerte ni de prisión.

Y Agripa dijo a Festo: —Este hombre podría ser puesto en libertad, si no hubiera apelado al César.

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Pablo es enviado a Roma

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Pablo es enviado a Roma (44:27:1 - 44:27:12)

Cuando se determinó que habíamos de navegar a Italia, entregaron a Pablo y a algunos otros presos a un centurión llamado Julio, de la compañía Augusta.

Así que nos embarcamos en una nave adramiteña que salía para los puertos de Asia, y zarpamos. Estaba con nosotros Aristarco, un macedonio de Tesalónica.

Al otro día, atracamos en Sidón; y Julio, tratando a Pablo con amabilidad, le permitió ir a sus amigos y ser atendido por ellos.

Y habiendo zarpado de allí, navegamos a sotavento de Chipre, porque los vientos nos eran contrarios.

Después de cruzar por alta mar frente a Cilicia y a Panfilia, arribamos a Mira, ciudad de Licia.

El centurión encontró allí una nave alejandrina que navegaba a Italia, y nos embarcó en ella.

Navegando muchos días despacio, y habiendo llegado a duras penas frente a Gnido, porque el viento nos impedía, navegamos a sotavento de Creta frente a Salmón.

Y costeándola con dificultad, llegamos a un lugar llamado Buenos Puertos, cerca del cual estaba la ciudad de Lasea.

Puesto que había transcurrido mucho tiempo y se hacía peligrosa la navegación, porque también el Ayuno ya había pasado, Pablo les amonestaba

diciendo: —Hombres, veo que la navegación ha de realizarse con daño y mucha pérdida, no sólo de la carga y de la nave, sino también de nuestras vidas.

Pero el centurión fue persuadido más por el piloto y el capitán del barco, y no por lo que Pablo decía.

Ya que el puerto era incómodo para pasar el invierno, la mayoría acordó zarpar de allí, por si de alguna manera pudiesen arribar a Fenice, un puerto de Creta que mira al suroeste y al noroeste, para invernar allí.

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La tempestad en el mar

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > La tempestad en el mar (44:27:13 - 44:27:38)

Como sopló una brisa del sur y les pareció que ya habían logrado lo que deseaban, izaron velas e iban costeando a Creta muy de cerca.

Pero no mucho después dio contra la nave un viento huracanado que se llama Euraquilón.

Como la nave era arrebatada y no podía poner proa al viento, nos abandonamos a él y éramos llevados a la deriva.

Navegamos a sotavento de una pequeña isla que se llama Cauda, y apenas pudimos retener el esquife.

Y después de subirlo a bordo, se valían de refuerzos para ceñir la nave. Pero temiendo encallar en la Sirte, bajaron velas y se dejaban llevar así.

Al día siguiente, mientras éramos sacudidos por una furiosa tempestad, comenzaron a aligerar la carga;

y al tercer día, con sus propias manos arrojaron los aparejos del barco.

Como no aparecían ni el sol ni las estrellas por muchos días y nos sobrevenía una tempestad no pequeña, íbamos perdiendo ya toda esperanza de salvarnos.

Entonces, como hacía mucho que no comíamos, Pablo se puso de pie en medio de ellos y dijo: —Oh hombres, debíais haberme escuchado y no haber partido de Creta, para evitar este daño y pérdida.

Pero ahora os insto a tener buen ánimo, pues no se perderá la vida de ninguno de vosotros, sino solamente la nave.

Porque esta noche estuvo conmigo un ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo,

y me dijo: “No temas, Pablo. Es necesario que comparezcas ante el César, y he aquí Dios te ha concedido todos los que navegan contigo.”

Por tanto, oh hombres, tened buen ánimo, porque yo confío en Dios que será así como me ha dicho.

Pero es necesario que demos en alguna isla.

Cuando llegó la decimocuarta noche, y siendo nosotros llevados a la deriva a través del mar Adriático, a la medianoche los marineros sospecharon que se acercaban a alguna tierra.

Echaron la sonda y hallaron veinte brazas. Pasando un poco más adelante, volvieron a echar la sonda y hallaron quince brazas.

Temiendo dar en escollos, echaron las cuatro anclas de la popa y ansiaban el amanecer.

Como los marineros procuraban huir de la nave, y echaron el esquife al mar simulando que iban a largar las anclas de la proa,

Pablo dijo al centurión y a los soldados: —Si éstos no quedan en la nave, vosotros no podréis salvaros.

Entonces los soldados cortaron las amarras del esquife y dejaron que se perdiera.

Cuando comenzó a amanecer, Pablo animaba a todos a comer algo, diciendo: —Este es el decimocuarto día que veláis y seguís en ayunas sin comer nada.

Por tanto, os ruego que comáis algo, pues esto es para vuestra salud; porque no perecerá ni un cabello de la cabeza de ninguno de vosotros.

Habiendo dicho esto, tomó pan, dio gracias a Dios en presencia de todos y partiéndolo comenzó a comer.

Y cuando todos recobraron mejor ánimo, comieron ellos también.

Eramos en total 276 personas en la nave.

Luego, satisfechos de la comida, aligeraban la nave echando el trigo al mar.

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