La resurrección de los muertos

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Primera epístola de San Pablo a los Corintios > La resurrección de los muertos (46:15:1 - 46:15:58)

Además, hermanos, os declaro el evangelio que os prediqué y que recibisteis y en el cual también estáis firmes;

por el cual también sois salvos, si lo retenéis como yo os lo he predicado. De otro modo, creísteis en vano.

Porque en primer lugar os he enseñado lo que también recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras;

que fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras;

que apareció a Pedro y después a los doce.

Luego apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven todavía; y otros ya duermen.

Luego apareció a Jacobo, y después a todos los apóstoles.

Y al último de todos, como a uno nacido fuera de tiempo, me apareció a mí también.

Pues yo soy el más insignificante de los apóstoles, y no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios.

Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no ha sido en vano. Más bien, he trabajado con afán más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios que ha sido conmigo.

Porque ya sea yo o sean ellos, así predicamos, y así habéis creído.

Ahora bien, si Cristo es predicado como que ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo es que algunos entre vosotros dicen que no hay resurrección de muertos?

Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo ha resucitado.

Y si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación; vana también es vuestra fe.

Y aun somos hallados falsos testigos de Dios, porque hemos atestiguado de Dios que resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si se toma por sentado que los muertos no resucitan.

Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado;

y si Cristo no ha resucitado, vuestra fe es inútil; todavía estáis en vuestros pecados.

En tal caso, también los que han dormido en Cristo han perecido.

¡Si sólo en esta vida hemos tenido esperanza en Cristo, somos los más miserables de todos los hombres!

Pero ahora, Cristo sí ha resucitado de entre los muertos, como primicias de los que durmieron.

Puesto que la muerte entró por medio de un hombre, también por medio de un hombre ha venido la resurrección de los muertos.

Porque así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados.

Pero cada uno en su orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida.

Después el fin, cuando él entregue el reino al Dios y Padre, cuando ya haya anulado todo principado, autoridad y poder.

Porque es necesario que él reine hasta poner a todos sus enemigos debajo de sus pies.

El último enemigo que será destruido es la muerte.

Porque ha sujetado todas las cosas debajo de sus pies. Pero cuando dice: “Todas las cosas están sujetas a él,” claramente está exceptuando a aquel que le sujetó todas las cosas.

Pero cuando aquél le ponga en sujeción todas las cosas, entonces el Hijo mismo también será sujeto al que le sujetó todas las cosas, para que Dios sea el todo en todos.

Por otro lado, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos? Si los muertos de ninguna manera resucitan, ¿por qué, pues, se bautizan por ellos?

¿Y por qué, pues, nos arriesgamos nosotros a toda hora?

Sí, hermanos, cada día muero; lo aseguro por lo orgulloso que estoy de vosotros en Cristo Jesús nuestro Señor.

Si como hombre batallé en Efeso contra las fieras, ¿de qué me aprovecha? Si los muertos no resucitan, ¡comamos y bebamos, que mañana moriremos!

No os dejéis engañar: “Las malas compañías corrompen las buenas costumbres.”

Volved a la sobriedad, como es justo, y no pequéis más, porque algunos tienen ignorancia de Dios. Para vergüenza vuestra lo digo.

Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué clase de cuerpo vienen?

Necio, lo que tú siembras no llega a tener vida a menos que muera.

Y lo que siembras, no es el cuerpo que ha de salir, sino el mero grano, ya sea de trigo o de otra cosa.

Pero Dios le da un cuerpo como quiere, a cada semilla su propio cuerpo.

No toda carne es la misma carne; sino que una es la carne de los hombres, otra la carne de los animales, otra la de las aves y otra la de los peces.

También hay cuerpos celestiales y cuerpos terrenales. Pero de una clase es la gloria de los celestiales; y de otra, la de los terrenales.

Una es la gloria del sol, otra es la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas; porque una estrella es diferente de otra en gloria.

Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción; se resucita en incorrupción.

Se siembra en deshonra; se resucita con gloria. Se siembra en debilidad; se resucita con poder.

Se siembra cuerpo natural; se resucita cuerpo espiritual. Hay cuerpo natural; también hay cuerpo espiritual.

Así también está escrito: el primer hombre Adán llegó a ser un alma viviente; y el postrer Adán, espíritu vivificante.

Pero lo espiritual no es primero, sino lo natural; luego lo espiritual.

El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre es celestial.

Como es el terrenal, así son también los terrenales; y como es el celestial, así son también los celestiales.

Y así como hemos llevado la imagen del terrenal, llevaremos también la imagen del celestial.

Y esto digo, hermanos, que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción heredar la incorrupción.

He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos, pero todos seremos transformados

en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, a la trompeta final. Porque sonará la trompeta, y los muertos serán resucitados sin corrupción; y nosotros seremos transformados.

Porque es necesario que esto corruptible sea vestido de incorrupción, y que esto mortal sea vestido de inmortalidad.

Y cuando esto corruptible se vista de incorrupción y esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: ¡Sorbida es la muerte en victoria!

¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?

Pues el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley.

Pero gracias a Dios, quien nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.

Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que vuestro arduo trabajo en el Señor no es en vano.