Daniel

Daniel en el foso de los leones

Imagen Daniel en el foso de los leones 1

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Proféticos > Daniel > Daniel en el foso de los leones (27:6:1 - 27:6:28)

Pareció bien a Darío constituir sobre el reino a 120 sátrapas que estuviesen en todo el reino,

y sobre ellos a tres ministros (de los cuales Daniel era uno), a quienes rindiesen cuenta estos sátrapas, para que el rey no fuese perjudicado.

Pero Daniel mismo se distinguía entre los ministros y los sátrapas, porque en él había excelencia de espíritu. Y el rey pensaba constituirle sobre todo el reino.

Entonces los ministros y los sátrapas buscaban hallar pretexto contra Daniel en los asuntos del reino, pero no podían hallar ningún pretexto o corrupción, porque él era fiel. Ninguna negligencia ni corrupción fueron halladas en él.

Entonces estos hombres dijeron: —No hallaremos contra este Daniel ningún pretexto, si no lo hallamos contra él en relación con la ley de su Dios.

Entonces estos ministros y sátrapas se reunieron delante del rey y le dijeron así: —¡Oh rey Darío, para siempre vivas!

Todos los ministros del reino, los intendentes y los sátrapas, los altos oficiales y los gobernadores han acordado por consejo que el rey promulgue un decreto y que ponga en vigencia el edicto de que cualquiera que haga una petición a cualquier dios u hombre, fuera de ti, durante treinta días, oh rey, sea echado al foso de los leones.

Ahora, oh rey, pon en vigencia el edicto y firma el documento, para que no pueda ser cambiado, conforme a la ley de medos y persas, la cual no puede ser abrogada.

Por tanto, el rey Darío firmó el documento del edicto.

Cuando Daniel supo que el documento estaba firmado, entró en su casa, y con las ventanas de su cámara abiertas hacia Jerusalén se hincaba de rodillas tres veces al día. Y oraba y daba gracias a su Dios, como lo solía hacer antes.

Entonces aquellos hombres se reunieron y hallaron a Daniel rogando e implorando delante de su Dios.

Luego se acercaron y hablaron delante del rey acerca del edicto real: —¿No has firmado el edicto de que cualquiera que pida a cualquier dios u hombre, fuera a ti, durante treinta días, oh rey, sea echado al foso de los leones? El rey respondió y dijo: —Es verdad el asunto, conforme a la ley de medos y persas, la cual no puede ser abrogada.

Entonces respondieron y dijeron delante del rey: —Ese Daniel, uno de los cautivos de Judá, no ha hecho caso de ti, oh rey, ni del edicto que has firmado. Más bien, tres veces al día hace su oración.

Al oír el rey de este asunto, sintió un gran disgusto por ello y se propuso salvar a Daniel. Hasta la puesta del sol se esforzó por librarlo.

Pero aquellos hombres se reunieron cerca del rey y le dijeron: —Ten presente, oh rey, que es ley de medos y persas, que ningún edicto o decreto que el rey pone en vigencia puede ser cambiado.

Entonces el rey dio la orden, y trajeron a Daniel, y lo echaron al foso de los leones. El rey habló y dijo a Daniel: —¡Tu Dios, a quien tú continuamente rindes culto, él te libre!

Una piedra fue traída y puesta sobre la entrada del foso, la cual el rey selló con su anillo y con el anillo de sus nobles, para que el acuerdo acerca de Daniel no fuese cambiado.

Después el rey fue a su palacio y pasó la noche sin comer. No fueron llevadas diversiones a su presencia, y se le fue el sueño.

Entonces el rey se levantó al amanecer, al rayar el alba, y fue apresuradamente al foso de los leones.

Cuando se acercó al foso, llamó a voces a Daniel, con tono entristecido. El rey habló y dijo a Daniel: —¡Oh Daniel, siervo del Dios viviente! Tu Dios, a quien tú continuamente rindes culto, ¿te ha podido librar de los leones?

Entonces Daniel habló con el rey: —¡Oh rey, para siempre vivas!

Mi Dios envió a su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño; porque delante de él he sido hallado inocente. Tampoco delante de ti, oh rey, he hecho nada malo.

Entonces el rey se alegró en gran manera a causa de él, y mandó que sacaran a Daniel del foso. Daniel fue sacado del foso, y ninguna lesión se halló en él, porque había confiado en su Dios.

Luego el rey dio la orden, y trajeron a aquellos hombres que habían acusado a Daniel. Los echaron al foso de los leones, a ellos, a sus hijos y a sus mujeres. Y aún no habían llegado al fondo del foso, cuando los leones se apoderaron de ellos y trituraron todos sus huesos.

Entonces el rey Darío escribió a todos los pueblos, naciones y lenguas que habitaban en toda la tierra: Paz os sea multiplicada.

De parte mía es dada la orden de que en todo el dominio de mi reino tiemblen y teman delante del Dios de Daniel; porque él es el Dios viviente, que permanece por la eternidad. Su reino es un reino que no será destruido, y su dominio dura hasta el fin.

El salva y libra; él hace señales y milagros en el cielo y en la tierra. El es quien libró a Daniel del poder de los leones.

Este Daniel fue prosperado durante el reinado de Darío y durante el reinado de Ciro el persa.

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Visión de las cuatro bestias

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Proféticos > Daniel > Visión de las cuatro bestias (27:7:1 - 27:7:28)

En el primer año de Belsasar, rey de Babilonia, Daniel tuvo un sueño y visiones de su cabeza en su cama, y en seguida escribió el sueño. Este es el resumen del asunto:

Daniel habló y dijo: “Estaba mirando en mi visión de noche, y he aquí que los cuatro vientos del cielo agitaban el gran mar.

Y cuatro grandes bestias, diferentes la una de la otra, subían del mar.

“La primera era como un león y tenía alas de águila. Yo estaba mirando, hasta que sus alas fueron arrancadas, y fue levantada del suelo. Luego se quedó erguida sobre los pies, a manera de hombre, y le fue dado un corazón de hombre.

“Y he aquí que otra bestia, semejante a un oso, se levantó a su lado. Tenía en su boca tres costillas entre sus dientes, y le fue dicho así: ¡Levántate; devora mucha carne!

“Después de esto yo miraba, y he aquí otra bestia, como un leopardo, que tenía en sus espaldas cuatro alas de ave. Esta bestia también tenía cuatro cabezas, y le fue dado dominio.

“Después de esto miraba las visiones de la noche, y he aquí una cuarta bestia terrible y espantosa, fuerte en gran manera. Esta tenía grandes dientes de hierro. Devoraba y desmenuzaba y pisoteaba las sobras con sus pies. Era muy diferente de todas las bestias que habían aparecido antes de ella, y tenía diez cuernos.

Mientras yo contemplaba los cuernos, he aquí que otro cuerno, uno pequeño, crecía entre ellos, y delante de él fueron arrancados tres de los cuernos anteriores. Y he aquí que en este cuerno había ojos, como ojos de hombre, y una boca que hablaba arrogancias.

“Estaba mirando hasta que fueron puestos unos tronos, y se sentó un Anciano de Días. Su vestidura era blanca como la nieve, y el cabello de su cabeza era como la lana limpia. Su trono era como llama de fuego; y sus ruedas, fuego ardiente.

Un río de fuego procedía y salía de delante de él. Miles de miles le servían, y millones de millones estaban de pie delante de él. “El tribunal se sentó, y los libros fueron abiertos.

Entonces yo miraba, a causa del sonido de las palabras arrogantes que hablaba el cuerno. Miré hasta que la bestia fue muerta, y su cuerpo fue destrozado y entregado a las llamas del fuego.

También a las otras bestias les quitaron su dominio, pero les fue dada prolongación de vida hasta un tiempo definido.

“Estaba yo mirando en las visiones de la noche, y he aquí que en las nubes del cielo venía alguien como un Hijo del Hombre. Llegó hasta el Anciano de Días, y le presentaron delante de él.

Entonces le fue dado el dominio, la majestad y la realeza. Todos los pueblos, naciones y lenguas le servían. Su dominio es dominio eterno, que no se acabará; y su reino, uno que no será destruido.

“En cuanto a mí, Daniel, mi espíritu se turbó a causa de esto, y las visiones de mi cabeza me alarmaron.

Me acerqué a uno de los que estaban de pie y le pregunté la verdad acerca de todo esto. El me habló y me dio a conocer la interpretación de las cosas:

Estas cuatro grandes bestias son cuatro reyes que se levantarán en la tierra.

Pero los santos del Altísimo tomarán el reino y lo poseerán por los siglos y por los siglos de los siglos.

“Entonces quise saber la verdad acerca de la cuarta bestia, que era tan diferente de todas las otras: terrible en gran manera con sus dientes de hierro y sus garras de bronce. Devoraba, desmenuzaba y pisoteaba las sobras con sus pies.

También quise saber de los diez cuernos que tenía en su cabeza, y del otro que había crecido y delante del cual habían caído tres. Este cuerno tenía ojos y una boca que hablaba arrogancias, y parecía ser más grande que sus compañeros.

Yo veía que este cuerno hacía guerra contra los santos y los vencía,

hasta que vino el Anciano de Días e hizo justicia a los santos del Altísimo. Y llegado el tiempo, los santos tomaron posesión del reino.

“Dijo así: La cuarta bestia será un cuarto reino en la tierra, el cual será diferente de todos los otros reinos. A toda la tierra devorará; la trillará y despedazará.

En cuanto a los diez cuernos, de aquel reino se levantarán diez reyes. Tras ellos se levantará otro, el cual será mayor que los primeros y derribará a tres reyes.

El hablará palabras contra el Altísimo y oprimirá a los santos del Altísimo. Intentará cambiar las festividades y la ley; en su mano serán entregadas durante un tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo.

Pero el tribunal se sentará, y le será quitado su dominio para ser exterminado y destruido por completo.

Y la realeza, el dominio y la grandeza de los reinos debajo de todo el cielo serán dados al pueblo de los santos del Altísimo. Su reino será un reino eterno, y todos los dominios le servirán y le obedecerán.

“Aquí termina el asunto. En cuanto a mí, Daniel, mucho me turbaron mis pensamientos, y me puse pálido. Pero guardé el asunto en mi corazón.”

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Visión del carnero y del macho cabrío

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Proféticos > Daniel > Visión del carnero y del macho cabrío (27:8:1 - 27:8:27)

En el tercer año del reinado del rey Belsasar, yo, Daniel, tuve una visión después de aquella que había tenido anteriormente.

Cuando tuve esta visión, yo estaba en Susa, que es la capital del reino, en la provincia de Elam. Tuve esta visión, estando junto al río Ulay.

Alcé mis ojos y miré, y he aquí que había delante del río un carnero, el cual tenía dos cuernos; pero aunque eran altos y uno de ellos más alto que el otro, el más alto se erigió después.

Vi que el carnero golpeaba con sus cuernos al oeste, al norte y al sur, y que ninguna bestia podía prevalecer delante de él, ni había quien escapase de su poder. El hacía conforme a su voluntad y se engrandecía.

Mientras yo estaba considerando esto, he aquí que un macho cabrío venía de la parte del oeste sobre la superficie de toda la tierra, pero sin tocar la tierra. Aquel macho cabrío tenía un cuerno muy visible entre sus ojos.

Fue hasta el carnero que tenía los dos cuernos, al cual yo había visto, que estaba de pie delante del río, y corrió contra él con la ira de su fuerza.

Vi que llegó al carnero y se enfureció contra él; lo golpeó y quebró sus dos cuernos, pues el carnero no tenía fuerzas para quedar en pie delante de él. Por tanto, lo derribó a tierra y lo pisoteó. No hubo quien librase al carnero de su poder.

Entonces el macho cabrío se engrandeció sobremanera; y estando en su mayor poderío, aquel gran cuerno fue quebrado, y en su lugar crecieron otros cuatro cuernos muy visibles, hacia los cuatro vientos del cielo.

Y de uno de ellos salió un cuerno pequeño que creció mucho hacia el sur, hacia el este y hacia la tierra gloriosa.

Se engrandeció hasta el ejército del cielo; y echó por tierra parte del ejército y de las estrellas, y las pisoteó.

Se engrandeció contra el Jefe del ejército. Por él fue quitado el sacrificio continuo, y el lugar de su santuario fue derribado.

Por medio de la rebelión le fue entregado el ejército junto con el sacrificio continuo, y él echó por tierra la verdad; hizo cuanto quiso y fue prosperado.

Entonces oí a un santo que hablaba, y otro de los santos preguntó al que hablaba: —¿Hasta cuándo será sólo visión el sacrificio continuo y durará la rebelión desoladora, y serán pisoteados el santuario y el ejército?

Y él le respondió: —Hasta 2.300 tardes y mañanas. Luego el santuario será restaurado.

Sucedió que estando yo, Daniel, meditando en la visión y procurando entenderla, he aquí que alguien semejante a un hombre se puso de pie delante de mí.

Entonces oí una voz de hombre en medio del río Ulay, que gritó diciendo: —¡Gabriel, explica a ése la visión!

Luego vino cerca de donde yo estaba. Y cuando llegó, me atemoricé y me postré sobre mi rostro. Pero él me dijo: —Comprende, hijo de hombre, porque la visión tiene que ver con el tiempo del fin.

Mientras él hablaba conmigo, caí adormecido en tierra, sobre mi rostro. Pero él me tocó y me puso en pie,

y me dijo: —He aquí que yo te mostraré lo que ha de venir al final de la indignación, porque el final será en el tiempo señalado.

En cuanto al carnero que has visto, que tenía cuernos, éstos son los reyes de Media y de Persia.

El macho cabrío es el rey de Grecia. Y el cuerno grande que tenía entre sus ojos es el primer rey.

El cuerno que ha sido quebrado, y en cuyo lugar han aparecido cuatro cuernos, significa que cuatro reinos se levantarán de esa nación; pero no con la fuerza de él.

Al final del imperio de ellos, cuando los transgresores hayan llegado a su colmo, se levantará un rey de aspecto fiero y entendido en enigmas.

Su poder se incrementará, pero no por su propio poder. El causará gran ruina, y prosperará. Actuará arbitrariamente, y destruirá a los fuertes y al pueblo de los santos.

Con su sagacidad hará prosperar en sus manos el engaño, y su corazón se engrandecerá. Por sorpresa destruirá a muchos. Contra el Príncipe de los príncipes se levantará; pero será quebrantado, aunque no por mano humana.

La visión de la tarde y de la mañana, que ha sido declarada, es verídica. Guarda tú la visión, porque es para muchos días.

Yo, Daniel, perdí las fuerzas y estuve enfermo algunos días. Cuando me recuperé, atendí los negocios del rey. Yo estaba asombrado por la visión, y no había quien la entendiese.

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Oración de Daniel por su pueblo

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Proféticos > Daniel > Oración de Daniel por su pueblo (27:9:1 - 27:9:19)

En el primer año de Darío hijo de Asuero, del linaje de los medos, el cual llegó a ser rey sobre el reino de los caldeos;

en el primer año de su reinado, yo, Daniel, entendí de los libros que, según la palabra de Jehovah dada al profeta Jeremías, el número de los años que habría de durar la desolación de Jerusalén sería setenta años.

Entonces volví mi rostro al Señor Dios, buscándole en oración y ruego, con ayuno, cilicio y ceniza.

Oré a Jehovah mi Dios e hice confesión diciendo: “¡Oh Señor, Dios grande y temible, que guarda el pacto y la misericordia para con los que le aman y guardan sus mandamientos:

Hemos pecado; hemos hecho iniquidad; hemos actuado impíamente; hemos sido rebeldes y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus decretos.

No hemos obedecido a tus siervos los profetas que en tu nombre han hablado a nuestros reyes, a nuestros gobernantes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra.

Tuya es, oh Señor, la justicia; y nuestra es la vergüenza del rostro, como en el día de hoy; de los hombres de Judá, de los habitantes de Jerusalén, de todo Israel, de los de cerca y de los de lejos, en todas las tierras a donde los has echado a causa de su rebelión con que se han rebelado contra ti.

Oh Señor, nuestra es la vergüenza del rostro; de nuestros reyes, de nuestros gobernantes y de nuestros padres; porque hemos pecado contra ti.

Del Señor nuestro Dios son el tener misericordia y el perdonar, aunque nos hemos rebelado contra él,

y no hemos obedecido la voz de Jehovah nuestro Dios, para andar en sus leyes, las cuales él puso delante de nosotros por medio de sus siervos los profetas.

Todo Israel ha transgredido tu ley, apartándose para no escuchar tu voz. Por ello han sido derramados sobre nosotros la maldición y el juramento que están escritos en la ley de Moisés, siervo de Dios, porque hemos pecado contra él.

Y él ha confirmado su palabra que habló contra nosotros y contra nuestros magistrados que nos gobernaban, trayendo sobre nosotros tan grande mal. Porque nunca se había hecho bajo el cielo un mal como el que se ha hecho a Jerusalén.

Como está escrito en la ley de Moisés, todo este mal nos ha sobrevenido, y no hemos implorado el favor de Jehovah nuestro Dios, volviéndonos de nuestras maldades y prestando atención a tu verdad.

Por tanto, Jehovah ha tenido presente el hacer este mal y lo ha traído sobre nosotros. Porque Jehovah nuestro Dios es justo en todas las obras que ha hecho; sin embargo, no hemos obedecido su voz.

“Ahora pues, oh Señor Dios nuestro—que con mano poderosa sacaste a tu pueblo de la tierra de Egipto y te hiciste de renombre, como en este día—, hemos pecado; hemos actuado impíamente.

Oh Señor, conforme a tu justicia, apártense, por favor, tu ira y tu furor de sobre Jerusalén, tu ciudad, tu santo monte. Porque a causa de nuestros pecados y por la maldad de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo han sido entregados a la afrenta en medio de todos los que nos rodean.

Ahora pues, oh Dios nuestro, escucha la oración de tu siervo y sus ruegos, y por amor de ti mismo, oh Señor, haz que resplandezca tu rostro sobre tu santuario desolado.

Inclina, oh Dios mío, tu oído y escucha; abre tus ojos y mira nuestros lugares desolados y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre. Porque no estamos presentando nuestros ruegos delante de ti, confiados en nuestras obras de justicia, sino en tu gran misericordia.

Escucha, oh Señor. Perdona, oh Señor. Atiende y actúa, oh Señor. Por amor de ti mismo no pongas dilación, oh Dios mío; porque tu ciudad y tu pueblo son llamados por tu nombre.”

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Profecía de las setenta semanas

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Proféticos > Daniel > Profecía de las setenta semanas (27:9:20 - 27:9:27)

Aún estaba yo hablando y orando—confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo Israel, presentando mi ruego delante de Jehovah mi Dios por el santo monte de mi Dios—;

aún estaba hablando en oración, cuando Gabriel, el hombre al cual yo había visto en visión al principio, voló rápidamente y me tocó, como a la hora del sacrificio del atardecer.

Vino y habló conmigo diciendo: “Daniel, ahora he venido para iluminar tu entendimiento.

Al principio de tus ruegos salió la palabra, y yo he venido para declarártela, porque tú eres muy amado. Entiende, pues, la palabra y comprende la visión:

Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar con la transgresión, para acabar con el pecado, para expiar la iniquidad, para traer la justicia eterna, para sellar la visión y la profecía, y para ungir el lugar santísimo.

Conoce, pues, y entiende que desde la salida de la palabra para restaurar y edificar Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; y volverá a ser edificada con plaza y muro, pero en tiempos angustiosos.

Después de las sesenta y dos semanas, el Mesías será quitado y no tendrá nada; y el pueblo de un gobernante que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario. Con cataclismo será su fin, y hasta el fin de la guerra está decretada la desolación.

Por una semana él confirmará un pacto con muchos, y en la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Sobre alas de abominaciones vendrá el desolador, hasta que el aniquilamiento que está decidido venga sobre el desolador.”

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