Eclesiastés

Injusticias de la vida

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Poéticos y Sapienciales > Eclesiastés > Injusticias de la vida (21:3:16 - 21:4:16)

Además, he visto debajo del sol que en el lugar del derecho allí está la impiedad, y que en el lugar de la justicia allí está la impiedad.

Y yo dije en mi corazón: “Tanto al justo como al impío los juzgará Dios, porque hay un tiempo para todo lo que se quiere y para todo lo que se hace.”

Yo dije en mi corazón, con respecto a los hijos del hombre, que Dios los ha probado para que vean que ellos de por sí son animales.

Porque lo que ocurre con los hijos del hombre y lo que ocurre con los animales es lo mismo: Como es la muerte de éstos, así es la muerte de aquéllos. Todos tienen un mismo aliento; el hombre no tiene ventaja sobre los animales, porque todo es vanidad.

Todo va al mismo lugar; todo es hecho del polvo, y todo volverá al mismo polvo.

¿Quién sabe si el espíritu del hombre sube arriba, y si el espíritu del animal desciende abajo a la tierra?

Así que he visto que no hay cosa mejor para el hombre que alegrarse en sus obras, porque ésa es su porción. Pues, ¿quién lo llevará para que vea lo que ha de ser después de él?

Yo me volví y vi todos los actos de opresión que se cometen debajo del sol: He allí las lágrimas de los oprimidos, que no tienen quien los consuele. El poder está de parte de sus opresores, y no tienen quien los consuele.

Entonces yo elogié a los difuntos, los que ya habían muerto, más que a los vivos, los que hasta ahora viven.

Pero consideré que mejor que ambos es el que aún no ha nacido, que no ha visto las malas obras que se hacen debajo del sol.

Asimismo, yo he visto que todo trabajo y toda obra excelente son resultado de la rivalidad del hombre contra su prójimo. También esto es vanidad y aflicción de espíritu.

El necio se cruza de brazos y come su misma carne.

Mejor es una mano llena de sosiego que ambos puños llenos de duro trabajo y de aflicción de espíritu.

Otra vez me volví y vi esta vanidad debajo del sol:

Se da el caso de un hombre solo y sin sucesor, que no tiene ni hijo ni hermano; pero no cesa de todo su duro trabajo, ni sus ojos se sacian de riquezas, ni se pregunta: “¿Para quién me afano yo, privando a mi alma del bienestar?” También esto es vanidad y penosa tarea.

Mejor dos que uno solo, pues tienen mejor recompensa por su trabajo.

Porque si caen, el uno levantará a su compañero. Pero, ¡ay del que cae cuando no hay otro que lo levante!

También si dos duermen juntos, se abrigarán mutuamente. Pero, ¿cómo se abrigará uno solo?

Y si uno es atacado por alguien, si son dos, prevalecerán contra él. Y un cordel triple no se rompe tan pronto.

Mejor es un muchacho pobre y sabio que un rey viejo e insensato que ya no sabe ser precavido;

aunque aquél para reinar haya salido de la cárcel, o aunque en su reino haya nacido pobre.

Vi a todos los vivientes debajo del sol caminando con el muchacho sucesor que estará en lugar del otro.

Era sin fin todo el pueblo que estaba delante de él. Sin embargo, los que vengan después tampoco estarán contentos con él. También esto es vanidad y conflicto de espíritu.

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La insensatez de hacer votos a la ligera

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Poéticos y Sapienciales > Eclesiastés > La insensatez de hacer votos a la ligera (21:5:1 - 21:5:7)

Cuando vayas a la casa de Dios, guarda tu pie. Acércate más para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios, que no saben que hacen mal.

No te precipites con tu boca, ni se apresure tu corazón a proferir palabra delante de Dios. Porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras.

Pues de la mucha preocupación viene el soñar; y de las muchas palabras, el dicho del necio.

Cuando hagas un voto a Dios, no tardes en cumplirlo; porque él no se complace en los necios. Cumple lo que prometes.

Mejor es que no prometas, a que prometas y no cumplas.

No dejes que tu boca te haga pecar, ni digas delante del mensajero que fue un error. ¿Por qué habrá de airarse Dios a causa de tu voz y destruir la obra de tus manos?

Porque cuando hay muchos sueños, también hay vanidades y muchas palabras. Pero tú, teme a Dios.

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La vanidad de la vida

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Poéticos y Sapienciales > Eclesiastés > La vanidad de la vida (21:5:8 - 21:6:12)

Si observas en una provincia la opresión de los pobres y la privación del derecho y la justicia, no te asombres por ello. Porque al alto lo vigila uno más alto, y hay alguien aun más alto que ellos.

Pero en todo es provechoso para un país que el rey esté al servicio del campo.

El que ama el dinero no quedará satisfecho con dinero, y el que ama las riquezas no tendrá beneficio. También esto es vanidad.

Cuando los bienes aumentan, también aumentan los que los consumen. ¿Qué provecho, pues, tendrán sus dueños aparte de verlos con sus ojos?

Dulce es el sueño del trabajador, haya comido poco o haya comido mucho; pero al rico no le deja dormir la abundancia.

Hay un grave mal que he visto debajo del sol: las riquezas guardadas por su dueño, para su propio mal;

o aquellas riquezas que se pierden en un mal negocio. Y al engendrar un hijo, nada le queda en la mano.

Como salió del vientre de su madre, desnudo, así volverá; tal como vino, se irá. Nada de su duro trabajo llevará en su mano cuando se vaya.

Este también es un grave mal: que de la misma manera que vino, así vuelva. ¿Y de qué le aprovecha afanarse para el viento?

Además, consume todos los días de su vida en tinieblas, con mucha frustración, enfermedad y resentimiento.

He aquí, pues, el bien que yo he visto: que lo agradable es comer y beber, y tomar satisfacción en todo el duro trabajo con que se afana debajo del sol, durante los contados días de la vida que Dios le ha dado; porque ésta es su porción.

Asimismo, el que Dios le dé a un hombre riquezas y posesiones, permitiéndole también comer de ellas, tomar su porción y gozarse de su duro trabajo, esto es un don de Dios.

Ciertamente no se acordará mucho de los días de su vida, ya que Dios lo mantiene ocupado con la alegría de su corazón.

Hay un mal que he visto debajo del sol y que es muy gravoso sobre el hombre.

Se da el caso de un hombre a quien Dios ha dado riquezas, posesiones y honra, y nada le falta de todo lo que desea. Pero Dios no le ha permitido comer de ello; más bien, los extraños se lo comen. Esto es vanidad y penosa enfermedad.

Si un hombre engendra cien hijos y vive muchos años, de modo que los días de sus años son numerosos, pero su alma no se sacia de sus bienes y ni aun recibe sepultura, digo yo que un abortivo es mejor que él.

Porque vino en vano y a las tinieblas se fue, y su nombre quedará cubierto con tinieblas.

Aunque no vio el sol ni nada conoció, más sosiego tiene éste que aquél.

Aunque aquél viva mil años dos veces, sin gozar del bien, ¿no van todos a un mismo lugar?

Todo el duro trabajo del hombre es para su boca; y con todo eso, su alma no se sacia.

¿Qué ventaja tiene el sabio sobre el necio? ¿Qué gana el pobre que sabe conducirse ante los demás seres vivientes?

Mejor es lo que los ojos ven que el divagar del deseo. Sin embargo, esto también es vanidad y aflicción de espíritu.

El que existe ya ha recibido un nombre, y se sabe que es sólo hombre y que no puede contender con quien es más fuerte que él.

Cuando hay muchas palabras, éstas aumentan la vanidad. ¿Qué ventaja, pues, tiene el hombre?

Porque, ¿quién sabe lo que es mejor para el hombre durante los contados días de su vana vida, los cuales él pasa como sombra? ¿Quién, pues, declarará al hombre qué habrá después de él debajo del sol?

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Contraste entre la sabiduría y la insensatez

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Poéticos y Sapienciales > Eclesiastés > Contraste entre la sabiduría y la insensatez (21:7:1 - 21:8:9)

Mejor es el buen nombre que el perfume fino, y el día de la muerte que el día del nacimiento.

Mejor es ir a la casa de duelo que a la casa del banquete. Porque eso es el fin de todos los hombres, y el que vive lo tomará en serio.

Mejor es el pesar que la risa, porque con la tristeza del rostro se enmienda el corazón.

El corazón de los sabios está en la casa del duelo, pero el corazón de los necios está en la casa del placer.

Mejor es oír la reprensión del sabio que oír la canción de los necios.

Porque la risa del necio es como el crepitar de las espinas debajo de la olla. Esto también es vanidad.

Ciertamente la opresión entontece al sabio, y el soborno corrompe el corazón.

Mejor es el fin del asunto que el comienzo. Mejor es el de espíritu paciente que el de espíritu altivo.

No te apresures en tu corazón a enojarte, porque el enojo reposa en el seno de los necios.

No digas: “¿A qué se deberá que los tiempos pasados fueron mejores que éstos?” Pues no es la sabiduría la que te hace preguntar sobre esto.

Mejor es la sabiduría con posesiones, y es una ventaja para los que ven el sol.

Porque la protección de la sabiduría es como la protección del dinero, pero la ventaja de conocer la sabiduría es que da vida a los que la poseen.

Considera la obra de Dios. Porque, ¿quién podrá enderezar lo que él ha torcido?

En el día del bien, goza del bien; y en el día del mal, considera que Dios hizo tanto lo uno como lo otro, de modo que el hombre no puede descubrir nada de lo que sucederá después de él.

Todo esto he observado en los días de mi vanidad. Hay justos que perecen en su justicia, y hay pecadores que en su maldad alargan sus días.

No seas demasiado justo, ni seas sabio en exceso. ¿Por qué habrás de destruirte?

No seas demasiado malo, ni seas insensato. ¿Por qué morirás antes de tu tiempo?

Bueno es que te prendas de esto y que tampoco apartes tu mano de lo otro, porque el que teme a Dios saldrá bien en todo.

La sabiduría ayudará al sabio más que diez gobernantes que haya en la ciudad.

Ciertamente no hay hombre justo en la tierra que haga lo bueno y no peque.

No prestes atención a todas las cosas que se dicen, no sea que oigas a tu siervo que habla mal de ti.

Pues tu corazón sabe que muchas veces tú también has hablado mal de otros.

Todas estas cosas he probado con la sabiduría, y dije: “Me he de hacer sabio.” Pero ella estaba lejos de mí.

Lo que está lejos y muy profundo, ¿quién lo podrá hallar?

Pero yo volví en mi corazón a conocer, a explorar y a buscar la sabiduría y la razón, para conocer lo malo de la necedad y la insensatez de la locura.

Y yo he hallado más amarga que la muerte a la mujer que es una trampa, cuyo corazón es una red y cuyas manos son ataduras. El que agrada a Dios escapará de ella, pero el pecador quedará atrapado por ella.

“Mira,” dice el Predicador, “habiendo considerado las cosas una por una, para dar con la razón, he hallado esto

—mi alma aún busca pero no halla—: Un hombre he hallado entre mil, pero una mujer no he hallado entre todos éstos.

Mira, he hallado sólo esto: que Dios hizo al hombre recto, pero los hombres se han buscado muchas otras razones.”

¿Quién como el sabio? ¿Quién conoce la interpretación de las cosas? La sabiduría del hombre iluminará su rostro y transformará la dureza de su semblante.

Guarda el mandato del rey, digo yo; y a causa del juramento hecho a Dios,

no te apresures a irte de su presencia, ni te detengas en cosa mala, porque él hará todo lo que le plazca.

Ya que la palabra del rey tiene poder, ¿quién le preguntará lo que hace?

El que guarda el mandamiento no conocerá el mal. El corazón del sabio conoce el tiempo y el proceder.

Pues para todo deseo hay un tiempo y un proceder, aunque grande es el mal que le sobreviene al hombre.

Porque éste no sabe qué ha de suceder; pues lo que ha de ser, ¿quién se lo declarará?

No hay hombre que tenga poder sobre el hálito de vida, como para retenerlo, ni hay poder sobre el día de la muerte. No hay tregua en semejante guerra, ni la impiedad librará a los que la poseen.

Todo esto he observado, y he dedicado mi corazón a todo lo que se hace debajo del sol. Hay tiempo en que el hombre se enseñorea del hombre, para su propio mal.

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Desigualdades de la vida

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Poéticos y Sapienciales > Eclesiastés > Desigualdades de la vida (21:8:10 - 21:9:18)

Asimismo, he observado esto: que los impíos, que antes entraban y salían del lugar santo, son sepultados y reciben elogios en la ciudad donde así hicieron. Esto también es vanidad.

Cuando la sentencia contra la mala obra no se ejecuta enseguida, el corazón de los hijos del hombre queda más predispuesto para hacer el mal.

Aunque un pecador haga mal cien veces y prolongue sus días, con todo yo sé que a los que temen a Dios, a los que temen ante su presencia, les irá bien.

Pero al impío no le irá bien, ni le serán alargados sus días como la sombra; porque no teme ante la presencia de Dios.

Hay una vanidad que se hace sobre la tierra: Hay justos a quienes sucede como si hicieran obras de impíos, y hay impíos a quienes sucede como si hicieran obras de justos. Digo que esto también es vanidad.

Por eso yo elogio la alegría, pues el hombre no tiene debajo del sol mejor bien que comer, beber y alegrarse. Esto es lo que le queda por su duro trabajo en los días de su vida que Dios le ha dado debajo del sol.

Al dedicar mi corazón a conocer la sabiduría y a ver la tarea que se realiza sobre la tierra (porque ni de noche ni de día los ojos del hombre disfrutan del sueño),

vi todas las obras de Dios. Ciertamente el hombre no logra comprender la obra que se hace debajo del sol. Por más que se esfuerce buscándolo, no lo alcanzará; aunque el sabio diga que lo conoce, no por ello podrá alcanzarlo.

Ciertamente he dedicado mi corazón a todas estas cosas para aclarar todo esto: que los justos y sabios, y sus hechos, están en la mano de Dios. Si se trata del amor o del odio, el hombre no lo sabe. Todo lo que está delante de ellos

es vanidad, puesto que a todos les sucede lo mismo: al justo y al impío, al bueno y al malo, al puro y al impuro, al que ofrece sacrificios y al que no los ofrece. Como el bueno, así es el que peca; y el que jura, como el que teme el jurar.

Este es el mal que hay en todo lo que se hace debajo del sol: que a todos les sucede lo mismo; también que el corazón de los hijos del hombre está lleno de mal, que la locura está en su corazón mientras dura su vida, y que después descienden al lugar de los muertos.

Pero para todo aquel que está unido a los vivos hay esperanza, pues mejor es perro vivo que león muerto.

Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos no saben nada, ni tienen más recompensa, pues la memoria de ellos es puesta en el olvido.

También han desaparecido su amor, su odio y su envidia. Ya no tienen parte en este mundo, en todo lo que se hace debajo del sol.

Anda, come tu pan con gozo y bebe tu vino con alegre corazón, porque tus obras ya son aceptables a Dios.

En todo tiempo sean blancas tus vestiduras, y nunca falte aceite perfumado sobre tu cabeza.

Goza de la vida, con la mujer que amas, todos los días de tu vana vida, que Dios te ha dado debajo del sol; porque ésta es la porción de tu vida y del duro trabajo con que te afanas debajo del sol.

Todo lo que te venga a la mano para hacer, hazlo con empeño. Porque en el Seol, a donde vas, no hay obras, ni cuentas, ni conocimiento, ni sabiduría.

Entonces volví a observar debajo del sol que no es de los veloces la carrera, ni de los valientes la batalla, ni de los sabios el pan, ni de los entendidos las riquezas, ni de los conocedores la gracia; sino que a todos les llegan el tiempo y el contratiempo.

Porque el hombre tampoco conoce su tiempo. Como los peces que son atrapados en la mala red y como los pájaros que quedan presos en la trampa, así son atrapados los hijos del hombre en el tiempo malo, cuando éste cae de repente sobre ellos.

También he visto esta sabiduría debajo del sol, la cual me parece grandiosa:

Había una ciudad pequeña con pocos hombres en ella, y contra ella vino un gran rey y la rodeó edificando contra ella grandes torres de asedio.

Y se encontraba en ella un hombre pobre, pero sabio, el cual con su sabiduría libró a la ciudad. Pero nadie se acordaba de aquel hombre pobre.

Entonces dije: “Mejor es la sabiduría que la fuerza, aunque el conocimiento del pobre sea menospreciado y sus palabras no sean escuchadas.”

Las palabras del sabio, oídas con sosiego, son mejores que el grito del que gobierna entre los necios.

Mejor es la sabiduría que las armas de guerra, pero un solo pecador destruye mucho bien.

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