Hechos

La vida de los primeros cristianos

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > La vida de los primeros cristianos (44:2:43 - 44:2:47)

Entonces caía temor sobre toda persona, pues se hacían muchos milagros y señales por medio de los apóstoles.

Y todos los que creían se reunían y tenían todas las cosas en común.

Vendían sus posesiones y bienes, y los repartían a todos, a cada uno según tenía necesidad.

Ellos perseveraban unánimes en el templo día tras día, y partiendo el pan casa por casa, participaban de la comida con alegría y con sencillez de corazón,

alabando a Dios y teniendo el favor de todo el pueblo. Y el Señor añadía diariamente a su número los que habían de ser salvos.

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Curación de un cojo

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Curación de un cojo (44:3:1 - 44:3:10)

Pedro y Juan subían al templo a la hora de la oración, la hora novena.

Y era traído cierto hombre que era cojo desde el vientre de su madre. Cada día le ponían a la puerta del templo que se llama Hermosa, para pedir limosna de los que entraban en el templo.

Este, al ver a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba para recibir una limosna.

Entonces Pedro, juntamente con Juan, se fijó en él y le dijo: —Míranos.

El les prestaba atención, porque esperaba recibir algo de ellos.

Pero Pedro le dijo: —No tengo ni plata ni oro, pero lo que tengo te doy. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda!

Le tomó de la mano derecha y le levantó. De inmediato fueron afirmados sus pies y tobillos,

y de un salto se puso de pie y empezó a caminar. Y entró con ellos en el templo, caminando, saltando y alabando a Dios.

Todo el pueblo le vio caminando y alabando a Dios.

Reconocían que él era el mismo que se sentaba para pedir limosna en la puerta Hermosa del templo, y se llenaron de asombro y de admiración por lo que le había acontecido.

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Discurso de Pedro en el pórtico de Salomón

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Discurso de Pedro en el pórtico de Salomón (44:3:11 - 44:3:26)

Como él se asió de Pedro y de Juan, toda la gente, atónita, concurrió apresuradamente a ellos en el pórtico llamado de Salomón.

Pedro, al ver esto, respondió al pueblo: —Hombres de Israel, ¿por qué os maravilláis de esto? ¿Por qué nos miráis a nosotros como si con nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a este hombre?

El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres ha glorificado a su Siervo Jesús, al cual vosotros entregasteis y negasteis ante Pilato, a pesar de que él había resuelto soltarlo.

Pero vosotros negasteis al Santo y Justo; pedisteis que se os diese un hombre asesino,

y matasteis al Autor de la vida, al cual Dios ha resucitado de los muertos. De esto nosotros somos testigos.

Y el nombre de Jesús hizo fuerte, por la fe en su nombre, a este hombre que vosotros veis y conocéis. Y la fe que es despertada por Jesús le ha dado esta completa sanidad en la presencia de todos vosotros.

Ahora bien, hermanos, sé que por ignorancia lo hicisteis, como también vuestros gobernantes.

Pero Dios cumplió así lo que había anunciado de antemano por boca de todos los profetas, de que su Cristo había de padecer.

Por tanto, arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados; de modo que de la presencia del Señor vengan tiempos de refrigerio

y que él envíe al Cristo, a Jesús, quien os fue previamente designado.

A él, además, el cielo le debía recibir hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de las cuales habló Dios por boca de sus santos profetas desde tiempos antiguos.

Porque ciertamente Moisés dijo: El Señor vuestro Dios os levantará, de entre vuestros hermanos, un profeta como yo. A él escucharéis en todas las cosas que os hable.

Y sucederá que cualquier persona que no escuche a aquel profeta será desarraigada del pueblo.

Y todos los profetas, de Samuel en adelante, todos los que hablaron, también anunciaron estos días.

Vosotros sois los hijos de los profetas y del pacto que Dios concertó con vuestros padres, diciendo a Abraham: En tu descendencia serán benditas todas las familias de la tierra.

Y después de levantar a su Siervo, Dios lo envió primero a vosotros, para bendeciros al convertirse cada uno de su maldad.

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Pedro y Juan ante el concilio

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Pedro y Juan ante el concilio (44:4:1 - 44:4:22)

Mientras ellos estaban hablando al pueblo, llegaron los sacerdotes, el capitán de la guardia del templo y los saduceos,

resentidos de que enseñasen al pueblo y anunciasen en Jesús la resurrección de entre los muertos.

Les echaron mano y los pusieron en la cárcel hasta el día siguiente, porque ya era tarde.

Pero muchos de los que habían oído la palabra creyeron, y el número de los hombres llegó a ser como cinco mil.

Al día siguiente, aconteció que se reunieron en Jerusalén los gobernantes de ellos, los ancianos y los escribas;

y estaban el sumo sacerdote Anás, Caifás, Juan, Alejandro y todos los del linaje del sumo sacerdote.

Y poniéndolos en medio, les interrogaron: —¿Con qué poder, o en qué nombre habéis hecho vosotros esto?

Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: —Gobernantes del pueblo y ancianos:

Si hoy somos investigados acerca del bien hecho a un hombre enfermo, de qué manera éste ha sido sanado,

sea conocido a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel, que ha sido en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos. Por Jesús este hombre está de pie sano en vuestra presencia.

El es la piedra rechazada por vosotros los edificadores, la cual ha llegado a ser cabeza del ángulo.

Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.

Y viendo la valentía de Pedro y de Juan, y teniendo en cuenta que eran hombres sin letras e indoctos, se asombraban y reconocían que habían estado con Jesús.

Pero, ya que veían de pie con ellos al hombre que había sido sanado, no tenían nada que decir en contra.

Entonces les mandaron que saliesen fuera del Sanedrín y deliberaban entre sí,

diciendo: —¿Qué hemos de hacer con estos hombres? Porque de cierto, es evidente a todos los que habitan en Jerusalén que una señal notable ha sido hecha por medio de ellos, y no lo podemos negar.

Pero para que no se divulgue cada vez más entre el pueblo, amenacémosles para que de aquí en adelante no hablen a ninguna persona en este nombre.

Entonces los llamaron y les ordenaron terminantemente que no hablaran ni enseñaran en el nombre de Jesús.

Pero respondiendo Pedro y Juan, les dijeron: —Juzgad vosotros si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios.

Porque nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.

Y después de amenazarles más, ellos les soltaron, pues por causa del pueblo no hallaban ningún modo de castigarles; porque todos glorificaban a Dios por lo que había acontecido,

pues el hombre en quien había sido hecho este milagro de sanidad tenía más de cuarenta años.

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Los creyentes piden confianza y valor

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Los creyentes piden confianza y valor (44:4:23 - 44:4:31)

Una vez sueltos, fueron a los suyos y les contaron todo lo que los principales sacerdotes y los ancianos les habían dicho.

Cuando ellos lo oyeron, de un solo ánimo alzaron sus voces a Dios y dijeron: “Soberano, tú eres el que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay,

y que mediante el Espíritu Santo por boca de nuestro padre David, tu siervo, dijiste: ¿Por qué se amotinaron las naciones y los pueblos tramaron cosas vanas?

Se levantaron los reyes de la tierra y sus gobernantes consultaron unidos contra el Señor y contra su Ungido.

Porque verdaderamente, tanto Herodes como Poncio Pilato con los gentiles y el pueblo de Israel se reunieron en esta ciudad contra tu santo Siervo Jesús, al cual ungiste,

para llevar a cabo lo que tu mano y tu consejo habían determinado de antemano que había de ser hecho.

Y ahora, Señor, mira sus amenazas y concede a tus siervos que hablen tu palabra con toda valentía.

Extiende tu mano para que sean hechas sanidades, señales y prodigios en el nombre de tu santo Siervo Jesús.”

Cuando acabaron de orar, el lugar en donde estaban reunidos tembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban la palabra de Dios con valentía.

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