Primer Libro de Reyes

Elías y los profetas de Baal

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Primer Libro de Reyes > Elías y los profetas de Baal (11:18:20 - 11:18:40)

Entonces Acab convocó a todos los hijos de Israel y reunió a los profetas en el monte Carmelo.

Elías se acercó a todo el pueblo y dijo: —¿Hasta cuándo vacilaréis entre dos opiniones? Si Jehovah es Dios, ¡seguidle! Y si Baal, ¡seguidle! Pero el pueblo no le respondió nada.

Entonces Elías volvió a decir al pueblo: —Sólo yo he quedado como profeta de Jehovah, pero de los profetas de Baal hay 450 hombres.

Dennos, pues, dos toros. Escojan ellos un toro para sí, córtenlo en pedazos y pónganlo sobre la leña; pero no pongan fuego. Yo prepararé el otro toro y lo pondré sobre la leña, pero no pondré fuego.

Luego invocad vosotros el nombre de vuestro dios, y yo invocaré el nombre de Jehovah. El Dios que responda con fuego, ¡ése es Dios! Todo el pueblo respondió y dijo: —¡Bien dicho!

Entonces Elías dijo a los profetas de Baal: —Escogeos el toro y preparadlo vosotros primero, porque vosotros sois la mayoría. Invocad el nombre de vuestro dios, pero no pongáis fuego.

Ellos tomaron el toro que les fue dado, y lo prepararon. Luego invocaron el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía, diciendo: —¡Oh Baal, respóndenos! Pero no hubo voz ni quien respondiese. Mientras tanto ellos danzaban junto al altar que habían hecho.

Y sucedió que hacia el mediodía, Elías se burlaba de ellos diciendo: —¡Gritad a gran voz, porque es un dios! Quizás está meditando, o está ocupado, o está de viaje. Quizás está dormido, y hay que despertarle.

Ellos clamaban a gran voz y se sajaban el cuerpo con espadas y con lanzas, conforme a su costumbre, hasta hacer chorrear la sangre sobre ellos.

Y sucedió que cuando pasó el mediodía, ellos seguían profetizando frenéticamente hasta la hora de ofrecer la ofrenda vegetal, y no había voz ni quien respondiese ni escuchase.

Entonces Elías dijo a todo el pueblo: —¡Acercaos a mí! Todo el pueblo se acercó a él. Luego él reparó el altar de Jehovah que estaba arruinado.

Elías tomó doce piedras, conforme al número de las tribus de los hijos de Jacob, a quien le vino palabra de Jehovah diciendo: “Israel será tu nombre.”

Y edificó con las piedras un altar en el nombre de Jehovah. Después hizo una zanja alrededor del altar, en la cual pudiesen caber dos medidas de semilla.

Luego arregló la leña, cortó el toro en pedazos y los puso sobre la leña.

Entonces dijo: —Llenad cuatro cántaros de agua y derramadla sobre el holocausto y sobre la leña. Luego dijo: —Hacedlo por segunda vez. Y lo hicieron por segunda vez. Dijo aún: —Hacedlo por tercera vez. Y lo hicieron por tercera vez,

de modo que el agua corría alrededor del altar y llenó también la zanja.

Cuando llegó la hora de presentar la ofrenda vegetal, se acercó el profeta Elías y dijo: —¡Oh Jehovah, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel y que yo soy tu siervo; y que por tu palabra he hecho todas estas cosas!

Respóndeme, oh Jehovah; respóndeme, para que este pueblo reconozca que tú, oh Jehovah, eres Dios, y que tú haces volver el corazón de ellos.

Entonces cayó fuego de Jehovah, que consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo; y lamió el agua que estaba en la zanja.

Al verlo toda la gente, se postraron sobre sus rostros y dijeron: —¡Jehovah es Dios! ¡Jehovah es Dios!

Entonces Elías les dijo: —¡Prended a los profetas de Baal! ¡Que no escape ninguno de ellos! Los

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Elías ora por lluvia

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Primer Libro de Reyes > Elías ora por lluvia (11:18:41 - 11:18:46)

Entonces Elías dijo a Acab: —Sube, come y bebe; porque se oye el ruido de una fuerte lluvia.

Acab subió para comer y beber. Entonces Elías subió a la cumbre del Carmelo, y postrándose en tierra puso su rostro entre sus rodillas.

Luego dijo a su criado: —Sube, por favor, y mira hacia el mar. El subió, miró y dijo: —No hay nada. El le volvió a decir: —Vuelve siete veces.

A la séptima vez dijo: —He aquí, veo una pequeña nube, como la palma de la mano de un hombre, que sube del mar. Entonces él dijo: —Vé y di a Acab: “Unce tu carro y desciende, no sea que te detenga la lluvia.”

Y aconteció que mientras tanto los cielos se oscurecieron con nubes y viento, y cayó una fuerte lluvia. Acab subió al carro y fue a Jezreel;

pero la mano de Jehovah estuvo sobre Elías, quien ciñó sus lomos y fue corriendo delante de Acab hasta la entrada de Jezreel.

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Elías huye a Horeb

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Primer Libro de Reyes > Elías huye a Horeb (11:19:1 - 11:19:18)

Acab informó a Jezabel de todo lo que Elías había hecho y de cómo había matado a espada a todos los profetas.

Entonces Jezabel envió un mensajero a Elías, diciendo: “¡Así me hagan los dioses y aun me añadan, si mañana a estas horas yo no he hecho tu vida como la vida de uno de ellos!”

Entonces él tuvo miedo, y se levantó y huyó para salvar su vida. Así llegó a Beerseba, que pertenece a Judá. Dejó allí a su criado,

y él se fue un día de camino por el desierto. Luego vino, se sentó debajo de un arbusto de retama y ansiando morirse dijo: —¡Basta ya, oh Jehovah! ¡Quítame la vida, porque yo no soy mejor que mis padres!

Se recostó debajo del arbusto y se quedó dormido. Y he aquí que un ángel le tocó y le dijo: —Levántate, come.

Entonces miró, y he aquí que a su cabecera había una torta cocida sobre las brasas y una cantimplora de agua. Luego comió, bebió y se volvió a recostar.

Entonces el ángel de Jehovah volvió por segunda vez, y le tocó diciendo: —Levántate, come, porque el camino es demasiado largo para ti.

Se levantó, comió y bebió. Luego, con las fuerzas de aquella comida, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios.

Allí se metió en la cueva, donde pasó la noche. Y he aquí que vino a él la palabra de Jehovah, y le preguntó: —¿Qué haces aquí, Elías?

Y él respondió: —He sentido un vivo celo por Jehovah Dios de los Ejércitos, porque los hijos de Israel han abandonado tu pacto, han derribado tus altares y han matado a espada a tus profetas. Yo solo he quedado, y me buscan para quitarme la vida.

El le dijo: —Sal afuera y ponte de pie en el monte, delante de Jehovah. Y he aquí que Jehovah pasaba. Un grande y poderoso viento destrozaba las montañas y rompía las peñas delante de Jehovah, pero Jehovah no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto, pero Jehovah no estaba en el terremoto.

Después del terremoto hubo un fuego, pero Jehovah no estaba en el fuego. Después del fuego hubo un sonido apacible y delicado.

Y sucedió que al oírlo Elías, cubrió su cara con su manto, y salió y estuvo de pie a la entrada de la cueva. Y he aquí, vino a él una voz, y le preguntó: —¿Qué haces aquí, Elías?

El respondió: —He sentido un vivo celo por Jehovah Dios de los Ejércitos, porque los hijos de Israel han abandonado tu pacto, han derribado tus altares y han matado a espada a tus profetas. Yo solo he quedado, y me buscan para quitarme la vida.

Y Jehovah le dijo: —Vé, regresa por tu camino, por el desierto, a Damasco. Cuando llegues, ungirás a Hazael como rey de Siria.

También a Jehú hijo de Nimsi ungirás como rey de Israel; y ungirás a Eliseo hijo de Safat, de Abel-mejola, como profeta en tu lugar.

Y sucederá que al que escape de la espada de Hazael, lo matará Jehú; y al que escape de la espada de Jehú, lo matará Eliseo.

Pero yo he hecho que queden en Israel 7.000, todas las rodillas que no se han doblado ante Baal y todas las bocas que no lo han besado.

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Llamamiento de Eliseo

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Primer Libro de Reyes > Llamamiento de Eliseo (11:19:19 - 11:19:21)

Cuando se fue de allí, halló a Eliseo hijo de Safat, que estaba arando con doce yuntas de bueyes delante de él, y él estaba con la duodécima. Pasando Elías hacia él, echó su manto sobre él.

Entonces él dejó los bueyes, fue corriendo tras Elías y dijo: —Permíteme besar a mi padre y a mi madre, y luego te seguiré. Elías le dijo: —Vé y vuelve; pues, ¿qué te he hecho yo?

Eliseo dejó de ir tras él. Luego tomó la yunta de bueyes y los mató. Y con el arado de los bueyes cocinó su carne y la dio a la gente para que comiesen. Después se levantó, fue tras Elías y le servía.

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Acab derrota a los sirios

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Primer Libro de Reyes > Acab derrota a los sirios (11:20:1 - 11:20:43)

Entonces Ben-hadad, rey de Siria, reunió todo su ejército. Estaban con él treinta y dos reyes, con caballos y carros. Luego subió, sitió Samaria y combatió contra ella.

Después envió mensajeros a la ciudad, a Acab, rey de Israel, diciendo:

“Así ha dicho Ben-hadad: Tu plata y tu oro son míos; tus mujeres y los mejores de tus hijos son míos.”

El rey de Israel respondió diciendo: “Como tú dices, oh mi señor el rey, yo soy tuyo con todo lo que tengo.”

Volvieron otra vez los mensajeros y dijeron: “Así dice Ben-hadad: Por cierto, te envié a decir que me dieras tu plata, tu oro, tus mujeres y tus hijos.

Mañana a estas horas te enviaré mis servidores, los cuales registrarán tu casa y las casas de tus servidores. Y sucederá que tomarán con sus manos y se llevarán todo lo precioso que tengas.”

El rey de Israel llamó a todos los ancianos del país y les dijo: —Sabed, pues, y ved cómo éste no busca sino el mal; porque ha enviado por mis mujeres y mis hijos, y por mi plata y mi oro; y yo no se lo he negado.

Y todos los ancianos y todo el pueblo respondieron: —No le escuches ni accedas.

Entonces Acab respondió a los mensajeros de Ben-hadad: —Decid a mi señor el rey: “Haré todo lo que enviaste a exigir a tu siervo al principio, pero esto no lo puedo hacer.” Los mensajeros fueron y le dieron la respuesta,

y Ben-hadad envió a decirle: “Así me hagan los dioses y aun me añadan, si el polvo de Samaria basta para llenar las manos de todo el pueblo que me sigue.”

El rey de Israel respondió y dijo: “Decidle: No se jacte tanto el que se ciñe como el que se desciñe.”

Y sucedió que cuando él oyó estas palabras, mientras bebía con los reyes en las cabañas, dijo a sus servidores: —¡Tomad posiciones! Y tomaron posiciones contra la ciudad.

He aquí, un profeta se acercó a Acab, rey de Israel, y le dijo: —Así ha dicho Jehovah: “¿Has visto toda aquella gran multitud? He aquí, yo la entregaré hoy en tu mano, para que reconozcas que yo soy Jehovah.”

Acab preguntó: —¿Por medio de quién? Y él respondió: —Así ha dicho Jehovah: “Por medio de los jóvenes de los jefes de las provincias.” Y Acab preguntó: —¿Quién comenzará la batalla? El respondió: —Tú.

Acab pasó revista a los jóvenes de los jefes de las provincias, los cuales eran 232. Después de ellos, pasó revista a todo el pueblo, a todos los hijos de Israel, que eran 7.000.

Y éstos salieron al mediodía, mientras Ben-hadad estaba bebiendo hasta emborracharse en las cabañas con los reyes, los treinta y dos reyes que habían venido en su ayuda.

Los jóvenes de los jefes de las provincias salieron primero. Ben-hadad había enviado a algunos, quienes le informaron diciendo: —Unos hombres han salido de Samaria.

El dijo: —Si han salido para hacer la paz, prendedlos vivos. Y si han salido para combatir, prendedlos vivos.

Salieron, pues, de la ciudad los jóvenes de los jefes de las provincias, y tras ellos salió el ejército.

Y cada uno mató al que venía contra él; y los sirios huyeron, e Israel los persiguió. Pero Ben-hadad, rey de Siria, se escapó a caballo con algunos jinetes.

Entonces salió el rey de Israel, atacó los caballos y los carros, y ocasionó a los sirios una gran derrota.

Luego se acercó el profeta al rey de Israel y le dijo: —Vé, cobra ánimo; considera y mira lo que has de hacer, porque el rey de Siria volverá contra ti el próximo año.

Los servidores del rey de Siria le dijeron: —Sus dioses son dioses de las montañas; por eso fueron más fuertes que nosotros. Pero si combatimos contra ellos en la llanura, sin duda seremos más fuertes que ellos.

Haz, pues, así: Saca a cada uno de los reyes de su puesto, y pon gobernadores en su lugar.

Y tú, organiza otro ejército como el ejército que perdiste, caballo por caballo y carro por carro. Luego combatiremos contra ellos en la llanura, y sin duda seremos más fuertes que ellos. El les prestó atención, y lo hizo así.

Y aconteció, al año siguiente, que Ben-hadad pasó revista a los sirios y fue a Afec para combatir contra Israel.

También se pasó revista a los hijos de Israel, y tomando provisiones les salieron al encuentro. Los hijos de Israel acamparon frente a ellos y eran como dos pequeños rebaños de cabras, mientras que los sirios llenaban el campo.

Entonces el hombre de Dios se acercó al rey de Israel y le habló diciendo: —Así ha dicho Jehovah: “Porque los sirios han dicho: Jehovah es un dios de las montañas; no es un dios de los valles, yo entregaré a toda esta gran multitud en tu mano, para que reconozcas que yo soy Jehovah.”

Siete días estuvieron acampados los unos frente a los otros. Y sucedió que al séptimo día se dio la batalla. Entonces los hijos de Israel mataron en un día a 100.000 hombres de infantería de los sirios.

Los demás huyeron a la ciudad de Afec, pero el muro cayó encima de 27.000 hombres que habían quedado. También Ben-hadad fue huyendo a la ciudad y se escondía de cuarto en cuarto.

Sus servidores dijeron a Ben-hadad: —He aquí, hemos oído que los reyes de la casa de Israel son reyes clementes. Pongamos, pues, cilicio sobre nuestras espaldas y sogas a nuestros cuellos, y salgamos al rey de Israel; quizás nos perdone la vida.

Entonces se ciñeron sus lomos con cilicio y pusieron sogas a sus cuellos, y fueron al rey de Israel y dijeron: —Tu siervo Ben-hadad dice: “Por favor, perdóname la vida.” Y él respondió: —¿Todavía vive? ¡Es mi hermano!

Aquellos hombres tomaron esto como buen augurio y se apresuraron a tomarle la palabra, diciendo: —¡Tu hermano es Ben-hadad! El dijo: —Id y traedle. Ben-hadad se presentó ante Acab, quien le hizo subir en su carro.

Luego le dijo Ben-hadad: —Yo restituiré las ciudades que mi padre tomó a tu padre. Tú también podrás establecer centros comerciales en Damasco, como mi padre hizo en Samaria. —Entonces con este convenio yo te dejaré ir libre. Hizo, pues, un convenio con él y le dejó ir.

Entonces un hombre de los hijos de los profetas dijo a su compañero, por mandato de Jehovah: —¡Golpéame, por favor! Pero el hombre rehusó golpearle.

Y él le dijo: —Porque no has obedecido la voz de Jehovah, he aquí que cuando te apartes de mí, te matará un león. Cuando se apartó de él, lo encontró un león y lo mató.

Luego se encontró con otro hombre y le dijo: —¡Golpéame, por favor! El hombre le dio un golpe y le ocasionó una herida.

Entonces el profeta se fue y se puso de pie delante del rey en el camino, disfrazándose con una venda sobre los ojos.

Sucedió que cuando el rey pasaba, aquél gritó al rey y dijo: —¡Tu siervo estuvo en medio de la batalla, y he aquí que uno se apartó trayéndome a un hombre y me dijo: “Guarda a este hombre, porque si llega a escapar, tu vida responderá por la suya o pagarás un talento de plata.”

Pero sucedió que mientras tu siervo estaba ocupado en una y otra cosa, él desapareció. Entonces el rey de Israel le dijo: —¡Esa será tu sentencia! ¡Tú mismo la has pronunciado!

Entonces se quitó apresuradamente la venda de sus ojos, y el rey de Israel reconoció que era uno de los profetas.

Y éste dijo al rey: —Así ha dicho Jehovah: “¡Por cuanto soltaste de la mano al hombre que yo había designado como anatema, tu vida responderá por la suya, y tu pueblo por el suyo!”

El rey de Israel se fue a su casa decaído y enfadado, y llegó a Samaria.

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